viernes, 21 de octubre de 2011

MIENTRAS DUERMES

Mientras duermes en tu butaca te estás perdiendo el cuento de caperucita en la pantalla. Una caperucita crecidita (Marta Etura), de buen año, emancipada, que se ha convertido en diseñadora, ingeniera o arquitecta y vive sola. La víctima propicia del lobo feroz (Luis Tosar) -ojo al análisis freudiano de Jaume Balagueró- quien la espera cada noche bajo la cama, la droga, y hace con ella lo que quiere.
La motivación que subraya a cada minuto el psicópata es que no puede ser feliz y, lo único que le alivia, es que los demás tampoco lo sean. Por consiguiente, le va a borrar esa absurda sonrisita a la buena de caperucita de la cara. Al espectador le resbala que al prota le vaya mal en el curro, que tenga una madre lisiada, o que haya tenido un intento de suicidio ¿Todo eso para crear empatía?  Lo más ingenioso de la trama de Alberto Marini es que el lobo sea el portero, que tiene copia de todas las llaves de las puertas de la finca, y no tiene que soplar y soplar. Lo que menos, los rótulos para hacer notar el paso de los días en la ficción... o quizá sea para diferenciarlos. Los diálogos sobran en su mayoría. La señora, madre del psicópata (Margarita Rosed), encamada y entubada, forzada confidente del protagonista, no se sabe muy bien qué pinta en la película. O sobra ella, o el monólogo interior del hijo puñetero retransmitido en off. La dirección de actores: asignatura pendiente de Balagueró en todos sus filmes. El guión redundante y previsible, a modo de TV movie, ¿acaso un manual de cómo usar todos los recursos disponibles del género con desatino?, ¿o el corolario a la hipótesis de que después de “Psicosis” no hay nada que hacer? Lo más irrisorio es la venganza del prota hacia la señora de los perritos (Petra Martínez), una venganza de rellano de escalera: “vieja solterona infeliz”, le canta en la contumelia. Ella se va con la lágrima tras la oreja. Desde el punto de vista del violador, acosador, manipulador, asesino, asalta casas, etc. el trato a la niña (Iris Almeida), testigo de sus crímenes, y chantajista ocasional, puede considerarse de políticamente correcto, pero no hay dios que se lo trague. La cinta, por cierto, está plagada de reacciones inverosímiles por parte de sus personajes. Véase la incompetencia de la policía investigando el crimen, digna de TBO. Desde la fotografía resultan interesantes algunas atmósferas, pero su director, Pablo Rosso, abusa demasiado de la luz de relleno, cuestión de gustos. Un filme de suspense suspenso, por no agotar aquí los juegos de palabras fáciles.


(2010)

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